¿Las mujeres nacimos para sobrevivir? (Parte I)
La normalización del sufrimiento femenino en la mitología griega: las voces silenciadas que hoy encuentran lugar entre nosotras.
No es sorpresa ninguna que la mitología griega, siendo el reflejo de los valores de una sociedad regida por hombres, esté poblada de diosas, ninfas y mortales cuya existencia gira en torno al sufrimiento.
Hoy, miles de años después, es indudable que los mitos siguen vigentes y que el sufrimiento femenino por culpa de la invisibilidad, aún encuentra eco en nuestra sociedad.
Con este ensayo tomo como objetivo principal (y sumamente necesario) divulgar sus historias, porque incluso si para muchos pueden ser solo cuentos, existe una profundidad grandísima detrás de cada uno, que, considero, merece ser comprendida.
¿Quién nos niega la posibilidad de que detrás de estos mitos antiguos sigamos encontrando respuestas a la sociedad patriarcal en la que hemos vivido desde el inicio de los tiempos?
¿Alguna vez te has preguntado por qué el llanto de Eco resuena eternamente en los bosques griegos? ¿O qué nos dice la historia de Casandra, condenada a no ser creída, y por tanto, tachada de estar completamente loca? ¿O Medusa, violada por Poseidón y posteriormente castigada por Atenea?
La mitología griega, en su aparente fantasía, es un espejo brutal de las estructuras de poder que históricamente han definido el sufrimiento femenino.
Mujeres forzadas a cargar con castigos divinos, maldiciones y destinos crueles; cada historia expone una verdad incómoda: en el mundo antiguo, el dolor de las mujeres era tanto herramienta narrativa como justificación de un orden social desigual.
Más que mitos, realidades
Medusa, violada por Poseidón en el templo de Atenea, quien la castiga (sí, siendo ella la víctima) por la profanación de dicho espacio sagrado¹: la diosa la transforma en un monstruo que en lugar de cabello, tiene serpientes, y que con una mirada petrifica a cualquiera que se atreva a mirarla a los ojos, aislándola por completo en una cueva, lejos de la humanidad.
Aunque se sabe que Atenea no la castigó por el hecho de ser víctima, también se conoce que la diosa no podía castigar directamente a Poseidón (el verdadero culpable de la profanación de su templo), por lo que descargó su ira sobre Medusa, condenándola a un destino injusto.
Sin embargo, también se dice que la diosa le tenía envidia por su extrema belleza. El mismo conflicto de siempre bajo la consigna de que “el enemigo de otra mujer siempre será otra mujer”.
Tiempo después, a Perseo se le encomienda la misión de matarla, lo cual logra con ayuda de algunos dioses como Hermes, la propia Atenea y Hades. Usando el reflejo del escudo para no mirarla (proporcionado por la Diosa de la Sabiduría), la decapitó con una hoz de diamante. Se dice que de su cuello brotaron un gigante armado con una espada de oro y un pegaso, fruto de su unión forzada con Poseidón.
Perseo utilizó su cabeza en varias aventuras, y, finalmente, se la entregó a Atenea, quien la colocó en su escudo.
Conclusión: Ni siquiera estando muerta, Medusa pudo descansar; en su lugar, parte de su cuerpo fue ultrajado y la maldición que se le impuso sirvió de arma e insignia para aquellos que le hicieron tanto daño.
No nos olvidemos de Pandora: creada por Hefesto para entregar los males a la humanidad, luego de que Prometeo nos otorgara el fuego y Zeus enfureciera terriblemente.
Hago un paréntesis completamente necesario para cuestionar si te suena o no esta historia: Dime, ¿no fue Eva la que, según la Biblia, mordió la manzana prohibida y nos dio el libre albedrío, pero con ello, también el pecado, la maldad y las enfermedades?
Pareciera el ciclo natural de las cosas: la mujer hace algo mal y es castigada, aislada o juzgada, mientras que el hombre no parece sufrir las consecuencias.
Porque sí, Adán fue desterrado del Jardín del Edén, pero porque supuestamente cayó en las garras de los encantos de Eva: ella fue la que lo llevó a la perdición. Mientras que, Hefesto creó a Pandora como un “bello mal que corrompe la inocencia masculina”, siendo un ejemplo perfecto de la misoginia arcaica, además de justificar la desconfianza hacia las mujeres y su asociación con el caos.
Aunque, a su vez, Pandora no es libre: es un instrumento de los dioses. Su acción condena a la humanidad, pero ella también es víctima de su diseño divino.
Calisto, engañada por Zeus, quien tomó la forma de Artemisa y la sedujo. Fruto de esta violación quedó embarazada y trató de ocultarlo, pero la Diosa de la Caza la descubrió durante un baño, y furiosa por la ruptura del voto de castidad² la expulsó de su bosque.
Hera, al enterarse de la infidelidad de su marido y del embarazo extramatrimonial, transformó a Calisto en una osa como castigo, condenándola a vagar por los bosques, sola, siendo perseguida por cazadores.
Aunque existe otra versión del mito, donde se dice que fue la misma Artemisa la que la convirtió en osa. Y que Zeus, “por pena”, la transformó en una constelación (supuestamente la Osa Mayor como Calisto y la Osa Menor como el bebé que llevaba en su vientre).
Un caso parecido es el de Io, también seducida (o violada, según las versiones del mito) por Zeus, quien después la transforma en una vaca para esconderla de su esposa; esta la persigue con un tábano que la obliga a vagar sin descanso. Al ser convertida en animal, pierde su humanidad.
Otra mujer castigada por Atenea fue Aracne, quien la desafió a un duelo de tejido. Ambas tejieron tapices en un telar; la diosa representó a los dioses en su gloria y la mortal tejió escenas de los mismos, pero cometiendo injusticias, exponiendo así su hipocresía.
Atenea, furiosa, no pudo encontrar errores en el trabajo de Aracne... pero se sintió insultada por su audacia. Así que destruyó el tapiz de la joven y la golpeó con la lanza. Esta, humillada, intentó ahorcarse, pero Atenea la detuvo y la convirtió en una araña, siendo condenada a tejer eternamente.
Eco, una ninfa castigada por Hera a solo repetir las últimas palabras de los demás, por distraerla mientras Zeus perseguía a otras ninfas, se enamoró del joven Narciso, pero él la rechazó, y desesperada, se consumió hasta que solo quedó su voz.
Políxena, degollada sobre la tumba de Aquiles como ofrenda.
Ifigenia, sacrificada por su padre Agamenón.
Leda, violada por Zeus convertido en cisne.
Níobe, convertida en piedra de tanto llorar por sus catorce hijos asesinados por Apolo y Artemisa.
Calipso, abandonada por Odiseo tras retenerlo siete años, condenada a la soledad eterna.
Y la lista de nombres podría seguir...
Pero las diosas del Olimpo tampoco se quedan atrás: a pesar de su inmortalidad y poder, no escapan del dolor. Afrodita sufrió por amores no correspondidos, Hera vivió lidiando con las constantes infidelidades de su marido, Deméter lloró la pérdida de su hija, y Atenea, cargó con la soledad de su virginidad impuesta.
Todas ellas también eran víctimas de un sistema que las reducía a roles de esposa, madre o doncella, perpetuando así su sufrimiento.
Pero, a su vez, continuaban con el ciclo del dolor femenino, ya que no siempre se comportaban de manera correctamente justa, rechazando la idea de que un Dios perdona cualquier pecado siempre y cuando te arrepientas.
Las Troyanas, de Eurípides
Esta obra es un relato desgarrador que expone el sufrimiento de las mujeres troyanas como víctimas de una guerra perdida, a través de un enfoque crudo, psicológico y simbólico, donde no solo se muestra el dolor individual, sino que, a día de hoy, se convierte en una denuncia universal sobre la brutalidad de la guerra y la opresión patriarcal.
Aquí las mujeres pasan de ser reinas, princesas y nobles a esclavas y botín de guerra, un destino que resulta peor que la muerte en la mentalidad griega:
Hécuba, antes reina, es asignada a Odiseo y llora: “¡Serviré a un amo! ¡Yo, que fui llamada alguna vez madre de Héctor!” (v. 488-489).
Andrómaca, esposa del héroe, es entregada al hijo de Aquiles (quien lo mató: ironía trágica), simbolizando la humillación total.
También se enfatiza la maternidad violada y la ruptura de los lazos familiares:
Hécuba pierde a casi todos sus hijos y ve a su nieto siendo arrojado desde las murallas. El mensajero Taltibio lo justifica: “Es orden de los griegos: ningún hijo de Troya debe vivir” (v. 722-723).
Andrómaca prefiere morir antes que ser esclava, pero se aferra a la vida por su hijo. Cuando le arrebatan a Astianax, grita: “¡Matadme antes que a él!” (v. 758).
Por otra parte, el destino de las troyanas refleja la objetificación sexual en la guerra:
Casandra, virgen y profetisa, es entregada a Agamenón como concubina. Ella sabe que ambos morirán en Micenas, pero los griegos celebran su reparto como un triunfo.
Andrómaca debe acostarse con Neoptólemo, el hijo del asesino de su esposo (o sea, Aquiles; por si te pierdes entre tantos nombres).
Helena es tratada como propiedad de Menelao, quien debate si matarla o perdonarla basándose en su “valor” estético.
También el sufrimiento las lleva al límite, rozando el punto en el que no se logra distinguir la línea que separa la cordura de la locura:
Casandra baila y canta como poseída, profetizando la muerte de Agamenón. Los griegos la ignoran y piensan que está loca, pero su éxtasis es en realidad lucidez ante la tragedia³.
Hécuba, en la obra que lleva su nombre, del propio Eurípides, enloquece y se transforma en perra (qué casualidad que ese mismo término se asocie con las mujeres que suelen salirse de lo que, según la mirada patriarcal, es considerado “políticamente correcto”: otro ejemplo de misoginia internalizada). Sin embargo, en Las Troyanas, su grito final es: “¡Oh ciudad, oh hijos!... Todo ha terminado” (v. 1292-1293).
De este modo, las mujeres cargan con la culpa y cuestionan la doble moral de los dioses:
Hécuba maldice a Helena: “¡Ojalá los dioses te destruyan como destruiste a Troya!” (v. 1023). Pero también culpa directamente a los dioses: “¿Dónde está la justicia divina?” (v. 612).
El coro de troyanas acusa a los dioses de abandonarlas, mostrando que ni siquiera la piedad divina las protege.
En esta tragedia, Eurípides humaniza a las troyanas y expone que la guerra no termina con la batalla, sino que, para las mujeres, el verdadero horror viene después. También muestra la resiliencia femenina, porque aunque son vencidas y se encuentran desoladas, sus lamentos son un acto de resistencia, pues el coro canta: “Nadie callará nuestra voz” (v. 512). Y, además, constituye una crítica social, ya que la obra salió a la luz en el año 415 a.C., durante la masacre de Melos por Atenas, haciendo paralelos con la crueldad griega.
Un contraste curioso y muy evidente es que los hombres mueren gloriosamente en combate, mientras que las mujeres sobreviven destinadas a sufrir hasta el fin de sus días. Irónico, ¿cierto?
“Nadie es libre sino los muertos” —Hécuba (v. 1168).
A modo de resumen, conclusiones con las que considero que nos debemos quedar:
Los mitos no solo narran la violencia, sino que la legitiman. La sumisión, los celos o la belleza como maldición se presentan como rasgos “innatos” de lo femenino. Sí, lo sé, misoginia en su máxima expresión, una vez más.
Todos estos arquetipos reducen la complejidad femenina a roles estáticos, perpetuando estereotipos que aún se pueden percibir en nuestra sociedad. Por ejemplo, la “mujer sabia” debe ser asexuada, mientras que la “seductora” es peligrosa.
Los mitos griegos ya no solo son parte de la idiosincrasia de un pueblo, sino que también son una herramienta narrativa que naturaliza el dolor de las mujeres como parte de un orden inalterable (como si, efectivamente, según la lógica de la Antigua Grecia, hubiéramos llegado al mundo a sobrevivir).
Por suerte, hoy son pocos los que se rigen por esa lógica, ¿verdad?
Me encantará leerte en comentarios.
Siempre desde el amor,
Maylen
Notas finales:
En la mentalidad griega antigua, la pureza de los espacios sagrados era primordial.
En la mitología, Artemisa es una de las deidades más feroces en defender su autonomía corporal. Su voto de castidad no es solo una abstinencia sexual, sino un símbolo de independencia radical frente al dominio masculino.
Casandra se convirtió en profetiza gracias a Apolo, quien le concedió el don de tener visiones. Él se había enamorado, pero ella lo rechazó, y como castigo, la maldijo: nadie creería sus profecías. Desde entonces, cada persona que se cruza con ella cree que está loca, pero cada cosa que dice se termina cumpliendo.
Me siento fascinada por este magno ensayo, tan repleto de una verdad que nos duele a todas como mujeres, pero que nos enseña que pese a nuestra lamentable historia, nosotras seguimos teniendo la capacidad de transformar nuestro dolor en algo más maravilloso y especial: que por fin podamos exhalar con orgullo que no vinimos al mundo sólo a padecer, sino a traer más vida y luz, porque somos creadoras, somos MUJERES.
Me encanta la forma de escribir, la cruda sinceridad y como recalcado cada matiz de injusticia cometida en la mitología, que a pesar de ser patriarcal y misógina no deja de ser fascinante<3