Antes de comenzar, cabe destacar que este texto nace gracias a la lectura de otro, en donde su autora se pronuncia a favor de aquellas voces que no suelen usar las reglas tradicionales para crear poesía.
«Durante siglos, la poesía fue entendida como un arte formal. Había reglas, estructuras, exigencias. Un poema era, entre otras cosas, una muestra de habilidad técnica. Saber rimar bien era parte del prestigio. Pero algo cambió, sobre todo en el último siglo. La poesía contemporánea ya no está tan interesada en demostrar que sabe rimar. Está más interesada en decir lo que necesita decir».
—Rowina Flores.
Y aunque nadie lo pidió, hoy vengo a contar mi experiencia.
Debería empezar diciendo que desde mi infancia la poesía supo hacerse de un lugar en mi vida, o que en aquel momento, por supuesto, sí seguía las reglas y los protocolos implantados, dado a que mis poemas eran corregidos por personas mayores (en este caso profesoras de un taller de escritura creativa en el que participaba, y eran ellas mismas las que presentaban mis obras en concursos).
Pero, ahora que lo pienso, yo solo me paraba ahí a recoger el premio, si es que ganaba alguno. No creo haber tenido el mérito (al menos, no del todo) por mis trabajos, cuando eran corregidos a tal punto de que perdía su escencia.
Bueno, al menos hasta que aprendí a hacerlo yo misma.
El proceso de corrección no me gustaba para nada. Sentía que estaba jugando al Tetris, buscando que todo encajara en el sitio correcto. Me rebanaba los sesos en busca de un sinónimo de una palabra que rimara para que más o menos se mantuviera el significado de lo que quería decir.
Por suerte, cuando crecí, y luego de retomar la escritura (sí, porque hubo un tiempo en el que la dejé), me dejó de importar tanto el hecho de que mis poemas tuvieran rimas o no. De hecho, muchos de ellos nacieron de frases que escribía aleatoriamente en mis cuadernos, de cosas que se me ocurrían en el momento, o de sucesos que necesitaba sacar de mi pecho.
La poesía, desde entonces, fue mi método de escape. Me ayudaba a desenredar mis pensamientos, a ponerlos en orden, a darles un sentido a todas esas palabras caóticas que chocaban entre sí mientras coexistían en mi universo mental.
Tan solo escribía –y escribo–, sin parar. Sin ponerme a pensar ni en la cantidad de sílabas, ni en la extensión del poema, ni en si la rima era asonante o consonante, interna o externa, ni en su clasificación según su distribución en la estrofa. No eran décimas, ni tercetos encadenados, ni redondillas. Tan solo eran mis versos intentando ser ellos, simplemente existir.
Por supuesto que todos estos términos los aprendí en la Universidad, donde, además, me di de bruces con una realidad injusta.
Tuve mi primera clase de Apreciación Literaria (la cual se convirtió en mi asignatura favorita de inmediato, aunque no precisamente por lo que vengo a exponer hoy), donde un profesor –que además, es considerado un indudable profesional–, abrió la conferencia con la pregunta:
¿A qué podemos considerar Literatura?
Nadie respondió, y creo que si actualmente nos preguntaran, seguiríamos sin saber qué responder. No es que no aprendieramos cosas con él, sino que era de estos profesores a los que no se le entendía mucho, porque le gustaba enredar a sus alumnos. Desconozco el fin, pero bueno.
De esa pregunta nacieron otras más, esta vez relacionadas con la belleza. Recuerdo que algunos de mis compañeros respondieron que la poesía debía ser bella.
“¿Qué es lo considerado bello dentro de la literatura?”.
“¿Cómo podemos clasificar si algo es bello o no, y por tanto, digno o no de ser considerado literatura?”.
Nos puso de ejemplos los libros de Wattpad, que actualmente son muy consumidos, pero que en la opinión de muchos, no son verdadera literatura.
Es innegable que en esa plataforma existen aberraciones de la naturaleza, pero como en todas partes. Porque –y citaré una frase que a mí me gusta decir mucho, incluso aún más en persona– para que el mundo sea mundo, tiene que existir de todo.
«¿No te pasa que a veces algo desordenado, algo que no busca sonar perfecto, te sacude más fuerte? Como si por no intentar ser bello, lo fuera de otro modo. Como si se acercara más a lo que uno realmente siente».
—Rowina Flores.
¿Acaso le estamos haciendo justicia a la poesía si la encadenamos a normas que seguir y a supuestos principios que respetar?
¿Es justo que se nos cuestione si nuestras palabras son o no literatura, cuando el corazón se nos desborda mientras escribimos? ¿Es necesario que se nos juzgue tan solo porque nuestros versos no riman?
Ni siquiera tendrías el derecho de juzgarme el día en que mis palabras no te produzcan nada. Si no te remueven a ti, no significa que a alguien más le pase lo mismo.
El arte es así. Caótico. Ambiguo. Subjetivo. Cada quien observa y piensa de una manera diferente, ¿por qué obligarnos a vivir bajo los cánones que han sido impuestos desde hace siglos?
Todos los poetas y estudiosos anteriores (en este caso, hispanohablantes), cuyos apellidos nos suenan grandemente, tuvieron su momento.
Lorca, Bécquer, Martí, Benedetti, entre muchísimos otros –cito a hombres únicamente de manera intencionada: puedo hacer un artículo entero sobre cómo las mujeres revolucionaron el mundo de la poesía contemporánea–, mostraron su visión del mundo como mejor lo consideraron, algunas veces respetando la métrica, y otras veces no.
Muchos otros autores, incluso, murieron sin que sus obras fueran leídas o conocidas. Y, estoy segura de que fueran famosos o no, también se sintieron incómodos al tener que crear con métodos preestablecidos, tan solo porque alguien más lo quiso así.
Cuando yo escribo, siento que voces en mi cabeza me susurran las palabras, una detrás de la otra. Como si, por medio de mí, se materializaran, cobraran vida, y mi único trabajo fuera darles forma. Mi poesía no entiende de límites, ni de juicios ajenos, tan solo pide a gritos sentirse escuchada única y exclusivamente por mí misma.
No digo que seguir las reglas esté mal, aquí cada quien escribe como le venga en gana. Lo que digo es que no merezco ser crucificada por mi manera de escribir, porque si escribo como siento, entonces estarían juzgando mi manera de sentir. Y por consiguiente, de vivir.
Considero que conocer lo que se ha establecido antes que nosotros es importante, pero no imprescindible. Mientras escribas con el pulso en los dedos, es literatura. Sea del gusto ajeno, o no.
Pues dime, ¿qué es la poesía, sino aquel conjunto de palabras que hacen que se te tranque la garganta ante una verdad reveladora, ante aquello que nadie dice pero todos creemos, o ante aquello que nadie cree pero basta con que una voz lo grite para ser escuchado?
Esa lágrima que se te escapa de los ojos, eso que sientes en tu pecho cuando el corazón acelera su ritmo, o en el vientre cuando el estómago se te contrae.
Eso es la poesía.
Y no hay nada que pueda compararse con la certeza de que un poema llegó a ti por una razón, justo cuando era lo que menos estabas esperando pero lo que, sin saberlo, más necesitabas, independientemente de si tenía rimas o no.
Y dime, ¿qué crees al respecto? Estoy completamente abierta al debate en los comentarios.
Gracias de antemano por llegar hasta aquí.
Te mando un fuerte abrazo.
Siempre desde el amor,
Maylen
¡Que viva el verso libre! Siempre. ✍️
Estoy muy de acuerdo con tu premisa. De hecho, empecé a escribir poesía y luego cuando realmente la tomé como ese tipo de terapia de desahogo, las llamé “escritos” por si aparecía alguien por ahí juzgando haha. Muy bueno.